La Caballería cristiana, más que una leyenda

El caballero cristiano centró su existencia en la búsqueda del grial, aquella copa en la que José de Arimatea recogió la sangre de Jesucristo de la herida de su costado. Ese grial adquirió la virtud de hacer inmortal a quien bebiera de ella un poco de agua.

Los más grandes caballeros cristianos de la historia fueron tal vez los templarios, pero hubo otros de gran renombre como Godofredo de Bouillón y Raimundo de Tolosa, entre otros (año 1096), quienes estuvieron en la inauguración de las cruzadas haciendo parte de la primera que llegó hasta Tierra Santa (la Palestina), tiempo en el que aún no se había formado la Orden Templaria - creada en Jerusalén 1118 ante el rey Balduino I de Jerusalén.

Luego, nuevas cruzadas - las cruzadas hacia Medio Oriente se dieron entre 1096 a 1291 cuando fueron expulsados los caballeros cristianos definitivamente de Palestina - llegaron desde diferentes reinos europeos y con caballeros que albergaron la idea de sacrificar su vida por Cristo en la idea de liberar y defender el Santo Sepulcro y los sitios sagrados. El heroismo desplegado por muchos jóvenes nobles los llevó a formar parte de las Órdenes de monjes religiosos - en ocasiones de forma temporal, otras, definitiva - que dedicaron sus esfuerzos en todas las epopeyas con inspiración de lo sagrado que tenía como fin último liberar su alma en virtud de la guerra en contra del espíritu del mal que no permitía las sacras peregrinaciones.

Los valores del caballero

El Caballero cristiano se caracterizaba por buscar la cercanía con lo sublime y sacro, con Cristo, con el grial y con la palabra que Él entregó en su vida, según la tradición católica. Quería morir por defender la sublime tierra por la que Él caminó y en virtud de ello muchos personajes entregaron todos sus bienes a la Iglesia como muestra de su desprendimiento y de su indeclinable compromiso con la vocación de superar este mundo de tristezas y para siempre, regido por el materialismo y el mal.

La esencia de la Caballería siempre fue encontrar el Santo Grial el cual era un hermoso símbolo que indicaba el camino y el caminante en sí, el caballero anhelante de encontrar una vida espiritual y el sendero mismo. El Grial en realidad es el arte, la alquimia que permitiría a los aspirantes una vida "santa", una vida de realidades espirituales en las que el encuentro con la Divinidad sería uno de sus mayores logros.

El Grial estaba en la mente de la vida medieval pues la idea de la vida eterna traspasaba la línea de la leyenda y de la realidad religiosa. Había una enorme inocencia e ignorancia en ese contexto social medieval; la Iglesia Católica siempre promovió leyendas asumidas desde la fe y no comprobables que hacía que personas de diversas culturas y niveles sociales soñaran con nuevos mundos y nuevas realidades, como aquella de ser inmortal bebiendo del grial.

Pero, para los alquimistas, la Piedra Filosofal, la Crisopeya y el Grial mismo eran casi que equivalentes: eran la coronación de una vida verdaderamente espiritual en la que el compromiso es indeclinable, tal como lo mostraron los nobles que formaron parte de los Caballeros Templarios, de los Caballeros de la Cruz Roja y de otras órdenes similares.

Por supuesto, el Grial simboliza el alma humana y su inmortalidad es la proyección de la vida espiritual, del espíritu mismo. El pensamiento alquímico tuvo que explicar qué significaba esto, pues el amor vívido y poderoso del caballero (y de las damas atraídas por esta idea de inmortalidad y real vida espiritual) colmó el corazón de muchos jóvenes soñadores de era medieval y los llevó a morir en y por Israel.

El caballero cristiano todavía puede vestir su cota de armas y emprender la lucha sin cuartel para recuperar su alma, su vida interior. Batallará con el más formidable enemigo que es su propio materialismo y todos aquellos infieles que no permiten la paz y la armonía que la Divinidad entrega a quienes dan su vida al servicio y a la oración con la esperanza de encontrar la vida eterna.

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